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Mamá California: En su manita había un regalo para mí: Un pedazo de CACA

Mamá California: En su manita había un regalo para mí: Un pedazo de CACA
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Me lo habían advertido. Pero nunca pensé que fuera tan pronto. Un mañana escuche a mi bebé hacer  ruidos en su cuna. Eran unos silenciosos balbuceos. Me sorprendió que no se levantara llorando exigiendo “Su lechita”. Me asomé discretamente sin que se diera cuenta y percibí todo en completo orden.

Entonces me di la media vuelta y me dispuse aprovechar esos preciados minutos de paz que mi hijo me había regalado. Me serví una taza de té y admire la mañana. ¡Era un gran día! Soy una madre estupenda pensé, ahora mi hijo ha dejado de ser un ser incivilizado y ha decidido premiar a  su “mamita” con un tiempo de relax.

Conforme los minutos pasaron el sospechosismo se apodero de mí. Algo no estaba bien.  ¿Dónde estaban los gritos matinales?  ¿Dónde había quedado la insensatez de mi hijo de un año de que un biberón no se prepara de forma instantánea? ¿Tan pronto había aprendido que era de gente decente levantarse tranquilo y sin llanto por las mañanas?

Me regañe y me avergoncé por pensar mal de mí retoño. Pero la verdad es que no resistí la tentación de averiguar porque tanta paz y tranquilidad así como así.  Entre sombras (La luz de su habitación estaba a obscuras ligeramente iluminada por un foco de colores) vi algo que me llamo la atención. Debajo de su camiseta de piyama un “dedito bailarín” se asomaba… NOOO! …No era un dedito bailarín! Era su PENE al descubierto!!!!. Pe… pe…pero… y su pañal? (La noche anterior había olvidado ponerle su pantaloncito de piyama)  ¿Dónde estaba su pañal?…!!!

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Corrí rápidamente y vi su zapeta en el otro extremo de la cuna llena de una sustancia cafesosa, al tiempo que mi  vástago sonreía  y me estiraba su pequeña manita… Llena de CACA!.

Omitiré la parte en que describo el  TERROR y el ASCO que sentí. (Creo innecesario obviar en los sentimientos de repulsión, ganas de vomitar, coraje y risa que sentí de forma mezclada). Sólo diré que agradezco que el gusto gastronómico de mi hijo no contemple al popo como plato fuerte.

Lo que escribí al principio de este artículo era cierto. Me lo habían advertido. Y sobre advertencia no hay engaño…Ni sorpresa… Mi hermana quien tiene un hijo de dos años me contó como en ocasiones mi lindo sobrino se había acercado a ella con la ternura en el rostro diciéndole “Toma mami. Un regalito para ti”. El obsequio era nada más y nada menos que un trozo de excremento extraído directamente del interior de su apestosísimo pañal. ¿Inocencia infantil o deliberada crueldad? Nunca los sabremos…

Los niños exploran. Y entre su campo de exploración se encuentra el interior de su zapeta. Son curiosos y aún no saben distinguir entre lo malo y lo bueno. Lo peligroso y lo seguro. Lo insano y lo sano. Y lo repulsivo que para sus madres representa el olor a excremento. Que importa si sale de las puras y tiernas nalguitas de sus hijos. El excremento es excremento y punto. No hay nada tierno en él.

Llevo más de 14 meses  limpiando su trasero y créanme  AúN NO ME RESIGNO! El olor a popo en ocasiones me hace querer vomitar.  Contemplar los residuos de comida mezcladas con el fétido olor a defecación tan cerca de mi nariz y mis ojos continúa siendo un momento indescriptiblemente desagradable.

Pero como el hombre es un animal de costumbres, confieso que estoy a punto de acostumbrarme, al grado que después de un cambio de pañal puedo continuar deleitándome con un delicioso mollete de frijoles cafesosos y refritos.

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