En Mexicali, Baja California, se esta presentando un raro y preocupante caso, los bebés recién nacidos están dando positivo en las pruebas de antidoping.
Con apenas unas horas de vida, los bebés cuyas madres que no interrumpieron en el embarazo el consumo de sustancias adictivas, experimentan un síndrome de abstinencia que los lleva a tener dificultades para respirar además de ser altamente sensibles al ruido o la luz. De enero a abril de este año en el Hospital Materno Infantil de Mexicali (HMI) se ha encontrado positivos a drogas a 24 recién nacidos; el año pasado, hasta septiembre, fueron 68 los que padecieron el síndrome de abstinencia al nacer.
Cid Bravo Cortés, responsable del servicio de Neonatología en la institución, informó que cuando hay rasgos que hacen sospechar del consumo de drogas en las embarazadas se realizan pruebas de antidoping que evidencian principalmente el consumo de metanfetamina y heroína. “Hay casos en los que batallan para respirar, presentan crisis convulsivas y tienen que llevarse hasta a un ventilador mecánico en la terapia intensiva, a veces tienen también trastornos en la sangre”.
Al ser detectados, estos bebés quedan bajo resguardo del DIF Estatal hasta que los padres comprueban condiciones aptas para hacerse cargo de ellos.
Escondido en un relato bíblico, conocido como “Juicio de Salomón”, se ha encontrado la posible referencia a uno de los grandes misterios médicos prevaleciente hasta nuestros días: la muerte de cuna. El Libro I de los Reyes narra el recurso que usó el monarca para averiguar la verdad en la disputa entre dos mujeres. El hijo de una había ‘muerto al dormir’ y ambas decían ser la madre del niño vivo. Famoso por su sabiduría, Salomón hizo traer una espada y ordenó a un soldado: “Parte en dos al niño vivo, da la mitad a una y la mitad a la otra’. Entonces la mujer de quien era el hijo vivo habló al rey, porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo, y le dijo: ¡Señor mío! Da a ésta el niño vivo, y no lo mates. Ni a mí ni a ti; ¡pártanlo! —dijo la otra. Entonces el rey respondió: —Entreguen a aquélla el niño vivo, y no lo maten; ella es su madre”.
Para algunos estudiosos, este pasaje que exalta la justicia del rey y la abnegación materna, da evidencia también de la inusual muerte del otro bebé. Ocurrió hace casi tres milenios (Salomón reinó Israel entre el año 965 y 928 a.C.), y hoy todavía fallecen muchos pequeños por el síndrome de muerte súbita del lactante (SMSL).
Este síndrome se refiere a la muerte repentina e inesperada de un niño de entre uno y doce meses de edad, quien muere mientras duerme, sin mostrar signos sufrimiento. También se le conoce como muerte de cuna o muerte blanca, pues alude a la partida de un angelito. En menores de 28 días, se le llama muerte súbita del recién nacido.
“No hay una señal de dolor, no hay una alarma y la mayoría de los bebés mueren durante el sueño, después de ser alimentados. Es un problema mundial y es muy antiguo”, describió Alfonso Gutiérrez Padilla, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales Externos (Ucinex) del Hospital Civil de Guadalajara “Fray Antonio Alcalde”.
El especialista indicó que la principal asociación o factor de riesgo en todo el mundo, es que los niños duerman boca abajo. “Un colchón blando hace que se comprima su pecho. Se para la respiración y el corazón… Los bebés no tienen fiebre, no tienen frío, no lloran. Nada. Nadie se da cuenta que murieron… hasta que los mueven”, dijo. Incluso de practicarse una autopsia, todo se encuentra normal. El evento final se da por arritmias o por una descarga cerebral que dicta al corazón pararse.
Tampoco se trata de un deceso por cardiopatía. “Cuando el patólogo revisa el cuerpo del bebé y encuentra un mal congénito sale del grupo de muerte de cuna. Su certificado de defunción dirá entonces murió por enfermedad en el cerebro, murió por cardiopatía o por un problema pulmonar”. Y la muerte de estos pacientes pediátricos sí puede explicarse.
En Estados Unidos y otros países occidentales, se estima que la muerte de cuna se presenta en uno de cada dos mil nacimientos en zonas urbanas. Nueve de cada diez casos del SMSL se concentran entre los dos y seis meses de edad.
El neonatólogo comentó que la mayor incidencia de casos se reporta en los meses invernales. En nuestro medio “del 20 de enero al 20 de febrero, que es cuando más frío hace. Es la mitad de nuestro invierno y cuando más lejos estamos del sol”.
En México no hay estadísticas fiables. “Es una vergüenza, el Seguro Popular reporta 350 muertes de niños anualmente y eso no es cierto. Frente al promedio de dos millones y medio de niños que nacen en el país cada año, deben existir cuando menos 2 mil y hasta 4 mil casos de muerte súbita”, sostuvo Gutiérrez Padilla. A juicio del también investigador, autor de varios estudios, esta diferencia de cifras puede deberse a fallas en el sistema de vigilancia y a la falta de notificación por desconocimiento o por deliberada intención para evitar que el caso pase al servicio forense.
“Muchos pediatras les da miedo poner en el certificado de defunción SMSL porque el lactante será sometido a una autopsia y ponen como causa de la muerte neumonía, reacción a vacunas, deshidratación o diarrea”, apuntó.
No menos misterioso resulta el hecho de que igual en Jalisco, que en México y en todo el mundo, los casos de este síndrome se presentan más en varones que en niñas, con una relación de tres a uno, que no se explica más allá de que “en general mueren más recién nacidos del sexo masculino, de todas las causas, que del sexo femenino”.
De acuerdo con Alfonso Gutiérrez, el mayor número de casos de muerte de cuna se registran en países desarrollados o en vías de desarrollo. “Poblaciones más rurales, naciones africanas y sudamericanas pobres, tienen menor incidencia”, apuntó, tras poner en relieve que en muchos países orientales, por ideas religiosas se acuesta a los pequeños boca arriba ‘para que vean hacia Dios’. Lo cierto es que tienen menos decesos.
Al detectarse esta diferencia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió en 1990 una alerta para que todos los niños lactantes duerman boca arriba, idealmente, o de lado. “Estando el bebé boca arriba el corazón late libremente; boca abajo el corazón queda ‘atrapado’ entre los pulmones del bebé –que son blanditos pero están encima del corazón- y el colchón blando que está debajo. Se presume que eso ocasiona un reflejo, un estímulo, que para el corazón o para el centro respiratorio en el cerebro”, ejemplificó someramente.
Acostar a los bebés boca arriba redujo más del 50% la incidencia. Todavía muchos bebés duermen boca abajo y también es verdad que ocurren muertes de cuna aún durmiendo boca arriba.
Gutiérrez Padilla agrega que otras medidas de prevención son colocar al niño en colchón duro (que no se hunda), usar sólo telas de algodón y evitar acrilanes; retirar peluches y todos los elementos como adornos, cojines, juguetes y almohadas (sólo pueden usarse lo triángulos o cilindros que sirven de ‘cuña’ para que el bebé no se ruede).
Finalmente destacó que corren mayor riesgo de muerte los hijos de madres adictas a drogas y de madres fumadoras, por lo que instó a las mujeres a abstenerse del consumo de estas sustancias.
Muerte súbita
El síndrome de muerte súbita del lactante es de origen desconocido.
Ocurre en bebés sanos, durante el sueño, sin que muestren signos de sufrimiento.
Se diagnostica SMSL cuando la muerte es inexplicable y no hay indicios de enfermedad, accidente o violencia en la autopsia. Exige investigar también la escena y circunstancias de la muerte, el historial médico del bebé y de la familia.
En promedio países desarrollados como Estados Unidos reportan 1 muerte por cada 2 mil nacimientos.
Se presentan tres veces más en lactantes varones que en niñas.
Nueve de cada diez casos se registran entre los dos y seis meses de edad.
En nuestro medio aumenta la incidencia entre enero y febrero los meses más fríos.
Prevención
Acostar a los bebés boca arriba
Dormir al niño en colchón duro
Usar sólo telas de algodón y evitar acrilanes
Retirar peluches y todos los elementos como adornos, cojines, juguetes y almohadas (sólo pueden usarse lo triángulos o cilindros que sirven de ‘cuña’ para que el bebé no se ruede).
Con el objetivo de detectar de manera oportuna la presencia de alguna deficiencia auditiva en los recién nacidos, el Gobierno del Estado, encabezado por el Mandatario Francisco Vega de Lamadrid, a través de la Secretaría de Salud de Baja California, cuenta con el Programa de Tamiz Auditivo Neonatal, que se realiza en el Hospital General de Ensenada.
El Director del nosocomio, Ernesto Martínez Palacio, señaló que el Secretario de Salud, Francisco Vera González, ha instruido se promueva la prevención de la deficiencia auditiva, por lo que con este estudio se detecta de manera temprana si el bebé tiene problemas auditivos.
Explicó que el objetivo central de este estudio es detectar oportunamente la hipocausia, la cual es un trastorno sensorial que consiste en la incapacidad para escuchar sonidos y que dificulta el desarrollo del habla, el leguaje y la comunicación.
Mencionó que esta es una prueba gratuita, sencilla y rápida que permite descubrir la presencia de sordera, sin causar dolor o molestia alguna, que consiste en colocar un pequeño audífono en el oído del bebé durante unos segundos, en el cual se registra si existe disminución auditiva.
Indicó que ante la presencia de algún problema se debe iniciar el tratamiento antes de los seis meses de edad, para evitar trastornos en el lenguaje y favorecer un desarrollo adecuado.
Los requisitos para ser atendidos es que el bebé haya nacido en el Hospital General o Unidades de Urgencia de Isesalud, estar afiliado al Seguro Popular, contar con su cartilla de vacunación y el aviso de nacimiento.
El servicio de Tamiz Auditivo Neonatal se encuentra disponible de lunes a viernes de 7:30 a 13:00 horas o puede solicitar su cita al Hospital General en el número 176-7600, en las extensiones 3475 y 3444.
El día había comenzado con los riesgos habituales: la escasez de antibióticos, soluciones intravenosas y alimentos. Luego, un apagón eléctrico se extendió por la ciudad y los respiradores de la sala de maternidad dejaron de funcionar.
Durante horas los médicos mantuvieron vivos a los recién nacidos enfermos bombeando manualmente aire en sus pulmones. Al caer la noche, cuatro más habían fallecido.
“La muerte de un bebé es nuestro pan de cada día”, dijo Osleidy Camejo, una médico cirujano que trabaja en Caracas, sobre el colapso de los hospitales en Venezuela.
La crisis económica de este país ha desembocado en una emergencia de salud pública que causa la muerte de un número incalculable de venezolanos. Es solo una parte de una crisis mayor que se ha vuelto tan generalizada que el Presidente Nicolás Maduro decretó un estado de emergencia que ha aumentado los temores de que el gobierno colapse.
Las salas de los hospitales se han convertido en crisoles donde convergen las fuerzas que desangran a Venezuela. Los guantes y el jabón han desaparecido de algunos hospitales. A menudo, los medicamentos para el cáncer solo se encuentran en el mercado negro. Hay tan poca electricidad que el gobierno solo trabaja dos días a la semana para ahorrar la energía que queda.
En el Hospital de la Universidad de los Andes, en las montañas de la ciudad de Mérida, no había suficiente agua para lavar la sangre de las mesas de operaciones. Los médicos se preparaban para las cirugías y tenían que limpiarse las manos con botellas de agua mineral.
“Es algo del siglo XIX”, dijo Christian Pino, un cirujano del hospital.
Las cifras son devastadoras. La tasa de mortalidad entre los bebés de menos de un mes de edad aumentó más de cien veces en los hospitales públicos dependientes del Ministerio de Salud: superó el 2 por ciento en 2015 mientras que en 2012 se ubicaba en 0,02, según un informe gubernamental divulgado por legisladores.
En los hospitales la tasa de mortalidad entre las nuevas madres aumentó casi cinco veces en el mismo periodo, según el informe.
En la ciudad portuaria de Barcelona, dos bebés prematuros murieron recientemente mientras eran trasladados al principal hospital público porque la ambulancia no tenía tanques de oxígeno. El hospital no funciona a toda su capacidad porque las máquinas de rayos X o de diálisis renal se dañaron hace mucho tiempo. Y no hay camas suficientes, por lo que algunos pacientes yacen en el suelo en charcos de su propia sangre.
Son hospitales de campaña en un país donde no hay guerra.
“Algunos llegan sanos y salen muertos”, dijo Leandro Pérez, en la sala de emergencias del Hospital Luis Razetti, uno de los centros de salud de Barcelona.
Un pasillo lleno de pacientes sin camas en el Hospital Luis Razetti de Barcelona, Venezuela
Esta nación tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, sin embargo, el gobierno no ahorró dinero para los tiempos difíciles cuando los precios del petróleo eran altos.
Ahora que cayeron las cotizaciones del crudo, se proyecta una sombra destructiva por todo el país. Hacer filas para poder comprar comida es, desde hace mucho tiempo, una característica de la vida en Venezuela, pero hoy en día estallan en saqueos. El bolívar, la moneda venezolana, ya casi no tiene valor.
La crisis está centrada en una disputa política entre los socialistas que controlan la presidencia, y sus rivales en la Asamblea Nacional. En enero los legisladores opositores declararon una crisis humanitaria, y este mes aprobaron una ley que permitiría que Venezuela aceptara ayuda internacional para rescatar el sistema de salud.
“Este es un acto criminal que no podemos aceptar en un país con tanto petróleo, y la gente se está muriendo por falta de antibióticos”, dice Oneida Guaipe, legisladora y exdirigente sindical en hospitales.
Pero Maduro rechazó esta propuesta en una alocución televisiva y la calificó como un intento de privatizar el sistema hospitalario y un ataque dirigido a su gobierno.
“Dudo que en otro lado del mundo, más allá de Cuba, exista un mejor sistema de salud que este”, dijo Maduro.
El año pasado explotaron las viejas bombas que suministraban agua al Hospital de la Universidad de los Andes y no fueron reparadas durante meses.
Así que sin agua, guantes, jabón ni antibióticos, un grupo de cirujanos se preparaba para remover un apéndice que estaba a punto de estallar, pese a que la sala de operaciones todavía estaba llena de la sangre de otros pacientes.
Incluso en la capital, solo dos de los nueve quirófanos del Hospital de Niños J. M. de los Ríos están funcionando.
“Hay personas que mueren por falta de medicinas, niños que mueren por desnutrición y otros mueren porque no hay personal médico”, dijo Yamila Battaglini, una cirujana del hospital.
Los doctores del Hospital Luis Razetti en Venezuela improvisan con jarras y envases de plástico para estabilizar a los pacientes con fracturas.CreditMeridith Kohut para The New York Times
Pese a que los hospitales colapsan en toda Venezuela, el Hospital Luis Razetti de Barcelona se ha convertido en uno de los casos más notorios.
En abril, las autoridades detuvieron a su director, Aquiles Martínez, y lo removieron de su cargo. Las informaciones de medios locales señalaron que fue acusado de robar equipos del hospital como las máquinas para el tratamiento de personas con enfermedades respiratorias, soluciones intravenosas y 127 cajas de medicinas.
Hace unos días, el médico Freddy Díaz hacía su guardia nocturna y caminaba por un pasillo que se había convertido en una sala improvisada para los pacientes que no tenían camas. Algunos tenían vendas empapadas de sangre y desde el suelo clamaban por ayuda. Uno de ellos, traído por la policía, estaba esposado a una camilla. Las cucarachas se esconden cuando se entra en un cuarto de suministros.
Díaz registró los datos de un paciente en la parte posterior de un extracto de cuenta bancaria que alguien había tirado a la basura.
“Nos quedamos sin papel”, explica.
En el cuarto piso estaba Rosa Parucho, de 68 años, quien fue una de los pocas personas que logró conseguir una cama, aunque el colchón estaba tan dañado que le salieron llagas en la espalda.
Pero ese era el menor de sus problemas: Parucho es diabética y no pudo recibir diálisis renal porque las máquinas estaban dañadas. Una infección se le había extendido hasta sus pies, que lucían tan negros como la noche. Estaba por entrar en un shock séptico.
La mujer necesitaba oxígeno pero no había. Sus manos temblaban y tenía los ojos en blanco.
“Las bacterias no están muriendo; sino están creciendo”, dijo Díaz mientras señalaba que tres de los antibióticos que ella necesitaba no habían estado disponibles desde hace meses.
“Vamos a tener que amputarle los pies”, aseveró.
Tres familiares estaban sentados y leían el Antiguo Testamento frente a una mujer inconsciente. Había llegado seis días antes pero como una máquina de escaneo estaba descompuesta, pasó mucho tiempo antes de que alguien descubriera el tumor que tenía en el lóbulo frontal.
Samuel Castillo, de 21 años, llegó a la sala de emergencias y necesitaba sangre. Pero los suministros se habían agotado. Ese día fue declarado como feriado por el gobierno para poder ahorrar electricidad, y el banco de sangre solo toma donaciones en días laborables. Castillo murió esa noche.
Yulitza Roa, de 15 años, tiene un tumor cerebral pero su cirugía se ha retrasado porque en el Hospital Luis Razetti no tienen los equipos necesarios.
Durante los últimos dos meses y medio, el hospital no ha tenido materiales para imprimir los rayos X. Por lo tanto, los pacientes deben utilizar sus teléfonos para tomar una foto de sus exploraciones y llevárselas a su médico.
“Parece tuberculosis”, dijo un médico en la sala de emergencias mientras miraba la imagen de un pulmón en un teléfono celular. “Pero no puedo asegurarlo. La calidad es mala”.
Encontrar las medicinas es el reto más difícil.
Una farmacia aquí en Barcelona está llena de estantes vacíos debido a la escasez de las importaciones que el gobierno ya no puede pagar. Cuando los pacientes necesitan un tratamiento, los médicos le dan a la familia una lista de medicamentos, soluciones y otros elementos necesarios para estabilizarlos o para realizar una cirugía. Los familiares deben encontrar a los vendedores del mercado negro que tienen las mercancías.
Lo mismo pasa con casi todo lo demás que se necesite.
“Ahora debe traer los pañales”, le dijo una enfermera a Alejandro Ruiz, cuya madre había sido trasladada a la sala de emergencias.
“¿Qué más?”, preguntó Ruiz, quien había llevado bolsas de basura llenas de mantas, sábanas, almohadas y papel higiénico.
Nicolás Espinosa estaba junto a su pequeña hija que ha padecido de cáncer durante dos de sus cinco años de vida. Se estaba quedando sin dinero para comprar las soluciones intravenosas. La inflación aumentó el precio de esos insumos 16 veces más de lo que pagó hace un año.
Tenía una lista de medicamentos que trató de encontrar en Barcelona y en una ciudad vecina. El tratamiento de su hija se interrumpió cuando el Departamento de Oncología se quedó sin los medicamentos necesarios hace un mes y medio.
Cerca de él, un letrero escrito a mano decía: “Vendemos antibióticos – Negociables” y aparecía el número de un vendedor del mercado negro.
Biceña Pérez, de 36 años, recorrió los pasillos en busca de alguien que la escuchara.
“¿Alguien puede ayudar a mi papá?”, preguntaba.
Su padre, José Calvo, de 61 años, había contraído mal de Chagas, causado por un parásito. Pero la medicina que le prescribieron se agotó este año y había comenzado a sufrir de insuficiencia cardiaca.
Seis horas después un grito se escuchó en la sala de emergencias. La hermana de José se lamentaba y decía: “Mi negrito, mi negrito”. El hombre había muerto.
Su hija caminó sola por la sala de emergencias, sin saber qué hacer. Se cubrió la cara con las manos, y luego apretó los puños.
“¿Por qué el director del hospital se robó los equipos?”, fue todo lo que pudo decir. “¿Dime quién tiene la culpa?”.
El noveno piso del hospital es la sala de maternidad, donde siete bebés habían muerto el día anterior. Al final del pasillo había una habitación llena de incubadoras dañadas.
Una tenía el cristal roto. Cables rojos, amarillos y azules colgaban de otra.
“No usar – no funciona”, decía un registro fechado en noviembre pasado.
Amalia Rodríguez estaba en el pasillo.
“Tuve un paciente que necesitaba respiración artificial, y no tenía ninguna disponible”, dijo la especialista. “Un bebé. ¿Qué podemos hacer?”.
El día del apagón, Rodríguez dijo que el personal del hospital trató de encender el generador, pero que no funcionó.
Los médicos hicieron todo lo posible para mantener vivos a los bebés: les bombearon aire de forma manual hasta que los empleados quedaron totalmente exhaustos. Es imposible saber cuántos bebés murieron por la interrupción de energía, teniendo en cuenta las demás deficiencias del hospital.
“¿Qué podemos hacer?”, dijo Rodríguez. “Todos los días alguna incubadora no se calienta, se pone fría, lo que significa que está dañada”.