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Lecciones de vida sin ver ni oír

Lecciones de vida sin ver ni oír
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Ver no es tan importante como entender, y para entender hay que desprenderse del miedo atávico a lo desconocido. Al llegar al único centro de atención asordociegos que hay en España, uno puede pensar que va a encontrar un lugar apelmazado por la congoja o la resignación. Tienen una deuda de 50.000 euros que si no pagan antes de final de año, quedarán en quiebra.

Mientras esperas que te abran la puerta a primera hora de la mañana, buscas las palabras justas para que no se note la compasión por estos chicos que no pueden ver ni oír. Gran error. La visita al Centro Santa Ángela de la Cruz en Salteras, un pequeño pueblo a 15 kilómetros de Sevilla, es una lección de alegría y un castigo a los prejuicios.

Lección que dan mujeres como Gennet Corcuera. Es una de las monitoras del centro. Y también es la primera universitaria sordociega en terminar una carrera. Estudió Magisterio en la Universidad Complutense de Madrid. Los profesores le traducían las preguntas al braille en los exámenes. Nació sordomuda en Etiopía y se quedó ciega de niña mientras vagaba por las calles. No sabe si sus padres la abandonaron o murieron en la guerra. Su suerte cambió cuando una cooperante española, Carmen, la adoptó y la trajo para España con siete años. Ahora, con 34, vive sola en un piso en el centro de Sevilla. Acude todos los días en autobús a trabajar para ayudar a que personas sordociegas puedan tener la misma independencia que ella.

Encontramos a Gennet en el taller de cerámica. Las 33 personas sordociegas del centro -15 acuden por el día y luego vuelven con sus familias, y 18 residen allí- se dividen en varios grupos dependiendo de sus características. «Los agrupamos según sus capacidades cognitivas y sensoriales. Hay chicos que se comunican con gestos naturales, que son sordociegos de nacimiento, y otros que han ido perdiendo los sentidos a lo largo de los años», explica Olga Díaz, logopeda y directora de la Unidad de Día del Centro. Antes trabajaba con niños sordociegos en la ONCE de Sevilla. Ahora atiende a muchos de ellos en estos talleres.

Como a Mariam, a la que Gennet está enseñando a través del tacto a hacer un puente de barro. Mariam nos contesta con las manos que tiene 23 años y que es sorda de nacimiento. Nació en Ceuta en una familia de ocho hermanos. Cuatro de ellos, todo mujeres, con Síndrome de User -trastorno genético causante de la sordoceguera congénita-.

La hora y media que dura el taller de cerámica pasa rápido, entre risas y mucho ruido. Estos chicos regalan a sus visitantes un escudo protector contra el mal rollo. «En su mundo son felices, y no juzgan a nadie», dice Mario, uno de los 58 trabajadores de este centro. Muchos de ellos son maestros de educación especial, conocen el lenguaje de signos y saben empatizar con los grupos. No cobran más de 800 euros. También hay voluntarios y hasta becarios de Magisterio.

Pasamos a otra aula donde se está impartiendo un taller de cerámica. Ceci, es psicopedagoga y la responsable de este taller. «Estamos haciendo rollitos de papel para el árbol de Navidad», dice la mujer, que lleva trabajando en el centro desde que abrió en 2010. «Les educamos con los movimientos de sus manos, con muchos ejercicios de repetición para que asocien el tacto del objeto con un movimiento». Luis, 25 años, fue perdiendo la vista en la adolescencia. Nos toca la cara y acaricia la cámara del fotógrafo para identificarnos. Después, nos aprieta con sus fuertes manos y nos planta un beso en la mejilla.

Dolores Romero es la presidenta del centro. Su vida dio un giro hace 27 años cuando nació su hija Inés. Llegó al mundo ciega y poco después se quedó sorda. En España no existía ningún centro especializado en personas sordociegas, y Dolores y su marido, ambos médicos, se fueron a Estados Unidos. Allí aprendieron todas las técnicas que ahora son la base del centro sevillano. Más adelante, junto a varias familias con hijos sordociegos, crearon la Asociación Apascide y, en 2010, con fondos de la Junta y del Estado, construyeron el complejo en unos terrenos cedidos por el Arzobispado de Sevilla.

«Si no pagamos la deuda, puede que tengamos que cerrar y estos chicos no tendrán donde ir», denuncia Dolores, que está preparando un calendario para sacar fondos. «Vivimos del 25% de la ayuda que la Ley de Dependencia da a los chicos, las donaciones y el endeudamiento de las familias. La hermana de uno de los residentes ya ha pedido dos créditos de 6.000 euros para prestarnos».

Dejamos al grupo de los jóvenes para conocer a los mayores, que salen de excursión a visitar una peña taurina que les ha invitado a comer. A Juanjo, 55 años, le cuesta pronunciar su nombre. Lo dice despacio, saboreando cada sílaba, con la misma fuerza que María Victoria, ciega pero no sorda, se ríe a carcajadas de la situación.

También está Julio, 46 años. Hace 10 trabajaba como protésico dental, tenía novia y conducía. Ahora no ve ni oye, pero le gusta mirarse al espejo, interactuando consigo mismo, chapurreando alguna palabra que forma parte de una conversación privada.

Los chicos del centro se toman un descanso a las 11.30. Tienen un gran jardín donde jugar, un balancín donde columpiarse y una cama elástica donde saltar. Después, otro de los grupos va a la Sala de los Sentidos. Aquí juegan con las luces y disfrutan de las vibraciones subidos a una cama de agua. Al lado de esa sala está el gimnasio, que tiene una gran piscina que está vacía. «Y así va a seguir porque no podemos pagarla», dice Olga.

Al terminar la jornada, a algunos chicos les deja la furgoneta del centro en sus casas con sus familiares. Ellos también han recibido una formación de los monitores para comunicarse a través de signos y del tacto con sus hijos.

El grupo que reside en el centro realiza actividades extraescolares por las tardes. Unos se van de excursión a ver los belenes que han puesto en la ciudad. Otros, como Mariam y Juanjo, tienen entrenamiento de boxeo; y un último grupo monta a caballo en una explanada que hay en el centro para practicar hípica.

«Se calcula que en España hay un mínimo de 6.000 personas con sordoceguera. La solución es crear más centros como éste, repartidos en varias comunidades autónomas», afirma la presidenta, Dolores Romero.

Dejamos atrás este centro único en España, con la esperanza de que no sea su último cuento de navidad en un lugar donde cada día es diferente para que todo siga igual.

 

Fuente: elmundo.es

Más información: http://www.elmundo.es/sociedad/2015/12/31/5682c79422601dd7178b4664.html

 

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