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inicio INTERNACIONAL Adopté a una niña con VIH; siento que ella me escogió

Adopté a una niña con VIH; siento que ella me escogió

Adopté a una niña con VIH; siento que ella me escogió
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Chile. Karla es sicóloga, tiene 35 años y decidió adoptar a una guagua con VIH, cuando hacía un voluntariado en un hogar de menores que viven con el virus y conoció a la niña. “Siento que me eligió”, asegura y describe la pelea que tuvo que dar, por ser soltera y la última prioridad, para quedarse con ella.

Si existe amor a primera vista, en esta historia sucede entre una niña abandonada que es portadora del VIH y una mujer que está en el Hogar Santa Clara, haciendo ahí un voluntariado los fines de semana.

Esa mujer es Karla (ha pedido mantener su apellido en reserva), quien es sicóloga de la Universidad de La Serena y antes trabajó en proyectos de sicoeducación y de reparación de maltrato y abuso en hogares ligados al Sename de la Región de Atacama.

Y esa niña es Ana (su nombre ha sido cambiado), que entonces tiene 1 mes y medio y que tras el parto fue dejada en un hospital por la madre biológica, que tenía problemas de adicción, fue diagnosticada con sífilis y VIH en el embarazo, estaba en situación de calle y tenía otros dos hijos institucionalizados.

Ana llora mucho. Es diciembre de 2012 y viene llegando al Hogar Santa Clara, ubicado al frente de la Vega Central, en la comuna de Recoleta, el que acoge a niños con VIH en situación de abandono o vulnerabilidad. Karla le está dando de comer a un niño y observa. Como nadie logra calmar a la niña,
se ofrece a intentarlo. Apenas la toma, Ana deja de llorar. Karla piensa: “Estoy frita”.

La madrina

Tres meses después, Karla le pidió a la hermana Nora Valencia, presidenta de Fundación Santa Clara, ser la madrina de Ana, lo que dentro del hogar implica ciertas tareas: acompañar a la niña, cuidarla de forma personal e incluso llevarlo a la casa los fines de semana. “Es como sustituir un poco su figura familiar, para que los niños no se sientan tan solos”, explica Karla. Para ser madrina de un niño del hogar, hay que pasar por una evaluación sicológica y, en caso de ser aceptada, el hogar informa a los tribunales de familia. “Todos los niños están con una medida de protección y tenemos la obligación de informar al tribunal cada tres meses sus avances en términos de salud, familiar, escolar, terapias, etc”, explica la hermana Nora Valencia.

En 2013 Karla había concluido los estudios de su diplomado y se había quedado en Santiago, para seguir cerca de la niña. Había encontrado un trabajo en un proyecto del Sename relacionado con reparación de maltrato grave en niños. Todos los días después de su jornada laboral, partía al hogar y le daba de comer a Ana, la mudaba y la hacía dormir; era una manera de tener una rutina juntas. “Aprendí a ser mamá cuidándola a ella”, relata.

En los primeros dos tests para medir el virus, Ana dio negativo. Eso preocupó a Karla “porque significaba que la podían derivar a un hogar del Sename con 20 guaguas más y otros niños. Ahí empecé a pensar en la posibilidad de quedarme con ella”.

Cuando la niña cumplió 6 meses, un tercer y cuarto test confirmaron el diagnóstico; sí tenía VIH. La niña comenzó la triterapia, el tratamiento para controlar el virus. Karla ayudaba a las tías del hogar a darle los 3 cc del jarabe en que se presenta el medicamento para niños. Así aprendió un truco para dárselos, porque no le gustaba: con el chupete, por un costado de la boca.

También aprendió a conocerla. Se daba cuenta de que, pese a ser tan chiquitita, se notaba que era una niña dañada. “Dormía mucho y, cuando se cerraba una puerta, se asustaba. Al principio tuvo muchos dramas, no solo conmigo; eran miedos anteriores al contacto con las personas. Ahora es súper regalona”, recuerda Karla.

No sabe precisar en qué momento tomó la decisión definitiva de intentar adoptarla. “Me encariñé con ella. En un momento tuve la certeza de que quería que fuera mi hija”.

En 2013, el Hogar Santa Clara la contactó con la Fundación Chilena de la Adopción, Fadop. Luego de pasar por evaluaciones sociales y sicológicas, la fundación le extendió un certificado que decía que era idónea para adoptar.

Sin embargo, en su círculo hubo cuestionamientos. “Un amigo me dijo que era una responsabilidad muy grande. Que, además de la mochila de ser mamá, era como ponerme una soga en el cuello”, cuenta. A su familia le preocupaba cómo iba a llevar adelante el proceso de adopción, porque es soltera y se les da prioridad a las parejas. Un día que estaba con muchas dudas, Ana le apretó la mano fuerte al quedarse dormida. Ella leyó ese gesto como que debía seguir adelante.

El virus como aliado

Karla fue voluntaria casi dos años en el Hogar Santa Clara, pero a fines de octubre de 2013 recibió una buena oferta laboral de un Cesfam en su ciudad de origen, en la Región de Atacama, ciudad que pide mantener en reserva para resguardar la identidad de Ana.

A través del hogar, solicitó la figura de cuidado personal de Ana y tenía todo listo para partir con la niña a su ciudad de manera definitiva el 22 de diciembre de 2013. Pero el día 6 de ese mes, la niña presentó una resistencia –como se dice cuando el virus aumenta su presencia en la sangre-, y debió quedarse en Santiago. “Justo entonces, apareció la madre biológica, reclamando ante un tribunal, con abogado y todo. Fue solo eso, porque después no insistió en recuperarla”, recuerda Karla.

Y agrega: “Yo conocía el funcionamiento de Sename y también al sistema judicial, sabía que algo podía pasar durante el proceso, como que apareciera la mujer que la tuvo. Pero sabía también que la iba a pelear hasta el último momento”.

Partió al norte con Ana, pasaron la Navidad juntas y debió traerla de regreso a Santiago. La aparición de la progenitora de la niña puso pausa a la tramitación del cuidado personal que llevaba adelante Karla. “Eso fue lo más complicado que tuvimos que vivir: me fui con ella el 22 de diciembre y hasta el 10 de enero, que la llevé de vuelta, tuvo su familia: porque estaban mi papá, mi mamá, mi hermana, mi tía. Ana tenía 1 año y un mes, y no entendió que después de eso tuviera que irme sola al norte, alejarme de ella. ¿Cómo le explicas algo así a una niña tan pequeña? Me llamaban del hogar y me decían: ‘Ven, por favor, que está llorando’”.

Durante 2014, Karla viajaba fin de semana por medio a Santiago para verla y estar con ella. Entre junio y octubre, la niña estuvo en la lista que administra el Sename porque era susceptible de adopción. “Al Sename no le importó nuestro vínculo. La hermana Nora defendió la posibilidad de que se quedara conmigo ante el Sename, que sabía que yo existía como su madrina y persona significativa; eso aparecía en todos los informes. Pero la respuesta fue que querían una familia de tipo tradicional para Ana. La institución mandó a la niña a la lista nacional de adopción, donde hay prioridades y buscan hacer un enlace entre los niños y los matrimonios que quieren adoptar. Y la lista corre. La prioridad era matrimonio nacional, luego matrimonio internacional, al final están las solteras y las viudas. Hubo muchos fines de semana en que no sabía si la iba a volver a ver. Fue complicado”. La hermana Nora recuerda ese momento: “Yo defendí que ella se quedara con la niña ante Sename. Para mí, independiente de que Karla fuese soltera, era la familia de la niña”.

En cinco meses que estuvo en la lista, añade Karla, nadie solicitó el proceso de adopción de Ana. “Creo que me la terminaron entregando porque no hubo nadie más interesado. Estaba en una edad adoptable pero nadie la quiso por el VIH. El virus fue un aliado”.

El 4 de noviembre de 2014 el Tercer Juzgado de Familia de Santiago le otorgó el cuidado personal de Ana. Partió con ella al norte, donde armaron un hogar juntas. Ahí Ana tiene su pieza con la cuna de madera que le regalaron en el hogar, sus peluches y los carteles que le hicieron sus compañeros del hogar con saludos y sus pequeñas manos estampadas.

El 4 de mayo de 2015 se realizó la audiencia de adopción en un tribunal de la III Región, con lo que pudo inscribirla con nuevos apellidos. “Los papeles de su pasado e historia quedaron archivados en el Registro Civil de Santiago y ella los puede pedir a los 18 años”, relata Karla.

Mi BB

En su computador personal, Karla tiene una carpeta llamada Mi BB. En esa carpeta está la historia en fotos y videos de Ana: ahí se ve a Karla, en el hogar bañando a la niña, de pocos meses, que chapotea sonriente. También está la celebración del primer año de vida junto a otros niños y tías del hogar, mientras Karla la sostiene en brazos. Y el cumpleaños número 2, cuando ya estaban en el norte, con la familia y amigos de Karla.

Ana deja de jugar a la pesca milagrosa y mira el computador.

–¿Ahí estoy yo, mamá?, –pregunta.

Ya tiene 5 años. Le gusta bañarse en el mar y comer chocolates. La última Navidad pidió de regalo un perro chico y un auto de Carabineros. Aunque le encanta su pieza, aún duerme con Karla, su mamá.

Desde que tiene 1 año, el virus se ha presentado a un nivel indetectable y no hay riesgo de contagio. Puede compartir una cuchara o chupete con sus compañeros del jardín, e incluso si se corta y otra persona toca la sangre, no hay riesgo, porque el virus muere con el oxígeno. Con una baja carga viral, o nula, se reduce el riesgo de contagio a una pareja durante una relación sexual.

A su edad, Ana aún no sabe la enfermedad que tiene. “Me preguntó por qué tenía que tomar remedios. Le expliqué que tiene un bichito en la guata y debe tomarlos para que el bichito no la haga enfermarse. Pero ella no se cuestiona, incluso cuando hay invitados en la casa les muestra los medicamentos y les pide que se lo den”, relata su madre.

A la hora de once, Karla le da con una jeringa los 13 cc de Nevirapina, uno de los tres medicamentos que toma y que es parte de su triterapia. Como si se tratara de un juego, Ana cierra los ojos y traga rápidamente antes de volver a jugar.

El suyo es uno de los aproximadamente 300 casos de niños con VIH que existen en Chile, considerando solo los del sistema público, según datos de la Fundación Santa Clara. A excepción de su familia y un par de amigos, en su entorno no saben de la enfermedad de la niña. “Es por el temor a que sea discriminada. En el colegio donde va tampoco saben ni en mi trabajo. No es necesario porque no hay riesgo de contagio”.

Karla quiere contar su historia para mostrar “lo que le cuesta a una soltera adoptar, por estas burocracias del sistema”. También, para dar a conocer lo bueno y malo que significa el VIH en estas circunstancias. “Que ella tuviera una enfermedad de base a mí me ayudó. Porque si Ana no la hubiera tenido, estoy segura que jamás me la habrían dado en adopción a mí”.

Con información de paula Reportajes

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